De Marcelo Androetto.-
No estuvo Michael Douglas en Núñez para hacer la remake de la mítica película Un día de furia. Pero como la realidad supera a la ficción, la promocionada “final del mundo” empezó como terminó, casi entrada la noche, sin fútbol. Eso sí, con violencia, con tensión, con impotencia, con impunidad.
Las noticias corrieron como reguero de pólvora. Y con las gradas casi colmadas, poco menos de 120 minutos antes de la hora señalada para el inicio, los casi 70.000 hinchas presentes se enteraron vía redes sociales y transmisiones radiales que algo no había salido bien. Las pedradas al micro de Boca, a cuatro cuadras del Monumental, hicieron blanco en el ánimo de todos. Y apenas los jugadores “xeneizes” se iban metiendo en el vestuario, exhibiendo las consecuencias del ataque, los hinchas “millonarios” mermaron la intensidad de sus cantos. Las sensaciones se sucedían en el estadio: la más importante, el fantasma del gas pimienta (2015), pero al “vesrre”. Traducido: riesgo de una suspensión con perjuicio para River.
Las imágenes que empezaban a llegar a los celulares de los hinchas “millonarios” daban cuenta de un operativo de (in)seguridad que parecía emanado del realismo mágico de Gabriel García Márquez. “Al desmán, a la inconducta hay que oponerle inteligencia; pero acá no tenemos procedimientos inteligentes, lo quedó claramente demostrado en esta jornada”, le dijo a LG Deportiva otro Márquez, Enrique Macaya, insignia del periodismo deportivo argentino, mientras la espera continuaba.
“Lo que pasó es tremendo, no me sorprende. Esa sensación de que nada nos sorprende está naturalizada, y da vergüenza”, definió, en pocas palabras, Ezequiel Fernández Moores, columnista de LG Deportiva, en el ínterin en que Pablo Pérez salía de Núñez y volvía en ambulancia.
El desconcierto se adueñó del Monumental. La pregunta en las tribunas era ¿se juega o no? La gente esperaba con calma, mientras la voz del estadio, cada tanto, se hacía eco de las incomprensibles decisiones de la Conmebol: “a las 18” -primero-, “a las 19.15” -después-. Las postergaciones daban señales de que no se jugaba. Hasta que luego pareció que sí.
Tras el último aviso, los parlantes del Monumental emitían música a todo volumen, mientras los árbitros hacían ejercicios precompetitivos. Finalmente, la Libertadores tendría su final nocturna, según la tradición copera. Las cintas rojas y blancas cayeron desde la bandeja superior, la gente comenzó a cantar con la pasión que mostraron tres horas antes.
Pero todo se siguió demorando. Y la certeza volvió a ser incertidumbre. Llegó otra noticia: nueva postergación, para las 19.45. Y enseguida se supo que la suspensión del partido era cosa juzgada: silbatina, cantos referidos a que Boca abandonó, e insultos para el presidente, Mauricio Macri.
Ahora la preocupación pasaba por otro lado: la desconcentración de la multitud. La gente inició su caravana decepcionada de regreso a sus hogares. Con tranquilidad, hasta que empezaron las corridas en el anillo del Monumental. Hinchas que habían salido a la calle regresaban al estadio porque afuera decenas de delincuentes trataban de robarles las entradas. Entonces el miedo ganó la partida: ¿por dónde conviene abandonar del estadio? ¿Y cuándo?
La calma fue ganando terreno en las adyacencias, en paralelo a la enésima noticia del día: la clausura del estadio de River, que sembró nuevos interrogantes sobre el destino de la serie de Libertadores más larga de la historia.
“Todo lo que sucedió refleja el verdadero estado de la sociedad argentina. En el fútbol se exteriorizan todas las carencias que dan origen a la violencia”, reflexionó Macaya Márquez. “El mal ya está hecho y toda medida que se tome en relación a este partido será imperfecta”, profetizó.
El periodista español Juan Castro, enviado del diario deportivo Marca, también aportó su mirada. “No me sorprende todo esto. He venido 20 o 25 veces a la Argentina, y es demasiada la crispación y la histeria en la sociedad, que se ha trasladado al fútbol argentino. Y así es imposible que sobreviva, aunque tengan a (Lionel) Messi”.
Según Fernández Moores, la razón de la sinrazón tiene que ver con el “ser argentino”: “somos tan ‘ombligo’ del mundo, nos creemos tan importantes, que la Copa Libertadores no importa; se trata de un espectáculo internacional, no importa; el mundo nos está viendo, no importa. Nos supera lo local. Vienen tantos periodistas de afuera porque lo que más se vende es la locura del fútbol argentino. ¿Querían locura? Acá la tienen. Ojo que esto puede tener, como suele sucedernos, una sorpresa. La locura suele tener un lado negativo. A ver si les gusta tanta sorpresa, queridos”. A ver.